El 12 de octubre de 1916 asumía Hipólito Yrigoyen como primer presidente electo por sufragio universal y secreto. Cien años después, sus valores se siguen proyectando hacia el futuro: el respeto a la Constitución Nacional, la decencia, la honestidad, y la lucha por la libertad y por la igualdad.
Por José Corral – Presidente del Comité Nacional de la UCR
El 12 de octubre se cumplen 100 años del inicio del primer gobierno electo por sufragio universal y secreto, y por lo tanto el primer gobierno democrático. Son 100 años de Democracia, aunque hubo en este tiempo muchas y dolorosas interrupciones a la institucionalidad que alejaron al país del progreso que marcaran los tres primeros gobiernos radicales de Hipólito Yrigoyen y Marcelo T. de Alvear.
El ascenso de Yrigoyen estuvo impulsado por las clases medias, los inmigrantes y las clases populares que querían mejorar su situación social; y por los productores rurales y colonos del interior del país.
El programa que desplegó el líder radical -a pesar de las dificultades de la economía de un mundo en guerra-, dio cuenta de esos anhelos. La importancia de la educación pública y el guardapolvo blanco; la reforma universitaria; las leyes obreras como la jornada de trabajo; la creación de YPF, la soberanía energética y el control de los hidrocarburos; la expansión de la producción agropecuaria, y una inserción de la Argentina ejemplar en el mundo fueron sólo algunos de los hitos que marcarían su gestión.
Además, junto con ese esfuerzo por la inclusión social, el gobierno de Yrigoyen se caracterizó por el respeto a la institucionalidad: “Mi programa es la Constitución”, decía.
Los objetivos que Yrigoyen se planteó son muy útiles para pensar el futuro, porque en la Argentina de hoy también vivimos un momento de cambio político y una demanda de dejar atrás un período de confrontación y de falta de respeto a la República. De nuevo, como entonces, es necesaria la primacía de la Ley.
Muchos de los inconvenientes que enfrentamos hoy tienen que ver con el desapego a la Constitución y a las normas: la corrupción, los problemas de la economía, e incluso inseguridad y las mafias.
Tenemos millones de argentinos que también -como entonces- quieren progresar: los emprendedores, los productores de las economías regionales, las pequeñas y medianas empresas, las clases medias que aspiran a perfeccionarse en un mundo vinculado cada vez más al conocimiento. Pero además somos un país en el que los pobres -ahora lo sabemos- son un tercio de la población y desean tener oportunidades y ser incluidos.
Cien años después, el radicalismo -ahora como integrante de Cambiemos, esa herramienta que la sociedad eligió para desterrar al Kirchnerismo- vuelve a tener un rol importante y una gran responsabilidad de gobierno: lideramos 446 ciudades; tenemos tres gobernadores y dos vicegobernadores, y cientos de legisladores nacionales, provinciales y municipales.
La realidad nos vuelve a interpelar. El mundo ha cambiado: la globalización de la economía, las nuevas tecnologías, la multipolaridad. Pero a su vez es un mundo de oportunidades que nos insta a mirar el futuro desde esos valores fundantes del radicalismo y de la democracia de los argentinos, que tanto tienen que ver con Yrigoyen: el respeto a la Constitución Nacional, la decencia, la honestidad y la lucha por la libertad y por la igualdad.