Quiero contarles una historia de gente común. Una historia de personas anónimas, pero significativas, de esas de las que están construidas las historias de los pueblos y las ciudades.
Norma García, Vichy, nació en Videla, en un hogar de inmigrantes que vivían del tambo y la chacra en campo arrendado. Fue la hija menor de nueve hermanos de una familia ensamblada –diríamos hoy- conformada por Santiago y Elisa, concuñados que se casaron después de enviudar en un corto tiempo. Tenían cinco hijos él y uno ella, y juntos tuvieron tres mujeres -Vichy la menor- que según cuentan hacían kilómetros para ir a la escuela juntas: todas en el mismo caballo.
A los veintipico se casó con Arnoldo Esquiaga, de familia esperancina, y tuvieron tres hijos: Hugo y los mellizos Alfredo y Jorge.
El destino quiso que Arnoldo muriera joven, a los cuarenta y seis, de un cáncer doloroso y cruel. Era empleado de Vialidad Nacional y sostén de la familia que vivía en una hermosa casa de la repartición, en Guadalupe, ciudad de Santa Fe.
En pocas semanas Vichy tuvo que, en medio del duelo, devolver la casa y endeudarse para comprar una casita en el confín de la ciudad, sobre Callejón Aguirre; pero digna y propia, que fue pagando cosiendo ajeno mientras con su pensión sostenía a los hijos, el mayor ya estudiando odontología en Rosario.
Los mellizos trabajaron mientras el mayor se recibía y después ellos también estudiaron para odontólogo.
Pasó la 1050 al final de la dictadura y a duras penas fueron pagando la casa. Después vino la hiperinflación y Hugo decidió, ya recibido, probar suerte en España, la tierra de la que había venido la familia de su abuelo por motivos parecidos. Luego se fue Jorge y más tarde lo haría Alfredo. Fueron haciendo su camino en Catalunya y se llevaron a su madre, que murió hace unos años, después de disfrutar de la vida rodeada de sus afectos.
Entretanto, la casa de Callejón Aguirre fue intrusada. No precisamente por lo mejor del barrio, como dicen sus vecinos. Luego de vanos intentos por recuperarla, y a pesar de que viven de su profesión y no les sobra nada y en España hay- otra vez- crisis y problemas económicos, los hermanos decidieron donarla a la ciudad para que se pueda recuperar y hacer en ella actividades sanas en memoria de su madre.
Doy algunos detalles puntuales porque a esta historia la conozco de primera mano. Vichy era hermana de mamá y Arnoldo mi padrino. El azar quiso que me tocara ser intendente en el momento de concretar en aquella casa, que conocí en mi infancia, un Solar para hacer actividades de apoyo escolar y asistencia social al barrio Liceo Norte.
Mis primos iniciaron el trámite de donación cuando yo era Secretario de Gobierno y me “usaron” para acelerarlo. Pensándolo ahora, podrían haber usado mi influencia para recuperarla –finalmente ellos la habían heredado legítimamente- pero la alternativa nunca apareció en las conversaciones…
El domingo pasado, con Hugo y Patricia -su mujer- en Santa Fe, nos juntamos los primos y su descendencia, las tías y la gente que trabaja en el solar a descubrir una placa en recuerdo de Vichy.
Volvimos a esa casa y tomamos unos mates en el patio, sobre las losetas que ella había comprado “con los oros” como contaba, en el corralón de Barceló sobre calle Blas Parera.
Y nos reímos, y nos acordamos de su risa franca, y lloramos un poco también. Y celebramos –sin decirlo- el orgullo de pertenecer a esa estirpe de gente corriente que lo que tiene lo consiguió con esfuerzo y que trata de ser libre y feliz -a pesar de los pesares- viviendo más o menos de acuerdo a lo que pensamos y decimos, como aprendimos de nuestros viejos, para poder mirar a los ojos a nuestros hijos.