Discurso pronunciado en el acto central de homenaje a Sergio Karakachoff a 20 años de su asesinato. Buenos Aires, Estadio Ferrocarril Oeste, 13 de diciembre de 1996, momento en que me desempeñaba como Secretario General de Franja Morada.
El día que mataron al ruso Karakachoff, los más viejos militantes de la Franja Morada de hoy, probablemente estábamos en la escuela primaria aprendiendo a leer y escribir. El día que mataron al ruso Karakachoff, muchos de los militantes que ingresaron hace poco a la Franja Morada, que ingresaron este año a la Universidad, todavía no habían nacido.
Sin embargo, estamos aquí para dar testimonio que los radicales, obstinadamente, testarudos, seguimos trabajando por la educación pública, por la igualdad de oportunidades, por la solidaridad social, por la democracia, por los derechos humanos.
A los radicales la muerte nos produce una cosa muy especial. Los militantes de la Franja Morada no venimos entonces a este acto a rendir homenaje a un mártir: venimos a recordar a un militante. Porque la muerte a los radicales no nos produce nada más y nada menos que dolor. Porque los militantes tenemos solamente la vida, apenas tenemos la vida.
Por eso tal vez, y porque la razón misma de la militancia es la vida, el radicalismo, cuando la muerte se instaló en la Argentina, no se escondió debajo de una baldosa. Tal vez por eso, como nos contaba un viejo dirigente socialista, Don Alfredo Bravo, para meter un hábeas corpus en La Plata en esa época, había que ir al estudio del ruso Karakachoff.
Está bien que recordemos nuestra historia, porque la historia nos da una base firme para hacernos cargo del futuro, y las razones por las cuales tipos como Karakachoff militaron, están vigentes en la Argentina de hoy. Están vigentes incluso con más dramatismo, porque los índices de desnutrición, la desocupación, la situación de la niñez, la situación de nuestros viejos, nos hacen pensar que aquel país de la década del setenta, de alguna manera, era el país de la abundancia.
Esta situación dramática que vive nuestro país necesita, lo sabemos, de un radicalismo vigoroso, y ese radicalismo vigoroso se va a construir en la medida que recuperemos las mejores de nuestras tradiciones.
Por eso estamos también hoy aquí, para recuperar las mejores de nuestras tradiciones, para recuperar, por ejemplo, la vocación para trabajar con otros sectores políticos diferentes, de otras tradiciones, de otras identidades. Para reconstruir la unidad del campo del pueblo que tanto necesitamos, porque los radicales sabemos que un partido solo no alcanza para resolver la crisis.
Estamos aquí también, para recuperar ese instinto de lucha por un movimiento obrero democrático, pluralista, que no transa, honesto como aquella experiencia hermosa que fue la CGT de los Argentinos. Para que nunca más un radical vaya a darle oxígeno político, como lamentablemente pasó hace algunos días, a la CGT que transó, que es cómplice del modelo y que además está absolutamente deslegitimada por la gente.
Venimos también a recuperar la confianza en el esfuerzo colectivo, no de un grupo de dirigentes que se cubren las espaldas entre ellos. Todo lo contrario, como nos enseñaron nuestros mayores, en una cadena de militantes que tiene como principal valor la solidaridad. Venimos también a recuperar ese miedo, profundo miedo a caer en los vicios de la militancia. Como decía aquel viejo documento: “El individualismo, la camarilla, la búsqueda de prestigio”; hoy le decimos la desesperación por una chapita.
La década del 70 fue la década de la ilusión, fue la década de la convulsión, de sentir la historia a nuestro favor. Fue para los sectores populares, como decía, una época de convulsión. Pero fue también una época de derrota, porque después de la convulsión, vino la derrota, tal vez injusta, tal vez desmesurada, aberrante, pero una derrota enorme. Tan enorme fue, que nos llevó unos cuantos años a los argentinos volver a tener fuerza para recuperar la democracia.
Los radicales nos pusimos a la cabeza y empujamos, a veces mucho más de lo que la misma sociedad nos pedía. Pero tampoco alcanzó y seis años después, los sectores populares volvimos a quedar en la interperie. Y la derrota, la impotencia, el miedo, se transformó a veces en falsa ilusión.
Pero ya pasó un tiempo y el miedo se fue transformando, se fue diluyendo. Si alguien tenía alguna falsa ilusión, la perdió, y anoche, entre cacerolazos, nos encontramos de vuelta en la vereda y el miedo se fue diluyendo. Tal vez sea la hora de tomar las enseñanzas del pasado y volver a pensar en la victoria.