Arturo Illia fue un revolucionario de la honestidad. Dejó un legado moral que, sobre todo en estos días, se vuelve más vigente que nunca.
Militante radical, médico, y presidente de la República entre 1963 y 1966, pudo haber hecho una gran carrera en su profesión pero eligió a sus compatriotas olvidados. Atendía gratis a los pacientes que no podían costear sus tratamientos, que eran mayoría. La austeridad y la humildad lo caracterizaban. Fueron sus vecinos los que hicieron una suscripción para comprarle una casa, la única propiedad que tuvo en su vida.
Sabía que la bondad y la entrega personal no alcanzaban. Que los problemas colectivos sólo podrían ser resueltos de modo profundo y durable desde la política. Que su vocación de servicio debía canalizarse hacia la cosa pública. Así lo hizo.
Integró el célebre bloque de los 44 diputados radicales que plantó bandera frente a los abusos de poder que se intentaban perpetrar desde el justicialismo. Asumió la Presidencia de la Nación con un 25 % de los votos y rodeado de las acechanzas de las Fuerzas Armadas. A pesar de gobernar en la Argentina de la encrucijada de golpes militares y gobierno civiles débiles, su gobierno fue una verdadera cruzada por una sociedad más igualitaria y equitativa.
Apenas convertido en presidente promovió una ley de medicamentos modelo regulando su fabricación y comercialización, que concebía a los remedios como un bien social. Promulgó la Ley del Salario Mínimo Vital y Móvil, la producción aumentó un 10 % y creció un 9,2 % la participación del trabajo en el ingreso. Destinó un 23% del presupuesto nacional a la educación, que durante su gobierno fue luminosa. En la ONU por primera se reconoció que existía una disputa por la soberanía de las Islas Malvinas.
Bajo sus rasgos afables y su bonhomía había un carácter de hierro, una firmeza inquebrantable que lo llevó a no ceder a las presiones de nadie: ni de las petroleras, ni los laboratorios, ni el sindicalismo, las grandes centrales empresarias, ni los mandos militares.
Fue sometido a un plan golpista desde muchos medios de comunicación pero nunca persiguió a la prensa. Tampoco quería hacer propaganda, asqueado por la manipulación de las conciencias de los fascismos, que había visto en Europa en los años treinta.
Onganía fue un dictador pequeño que arruinó mucho de lo conseguido.
Luego de ser destituido, Don Arturo siguió militando hasta su muerte en la Unión Cívica Radical. Nunca quiso ocupar otra candidatura. Una vida al servicio del pueblo y de la patria.
A 50 años de su derrocamiento, en la ciudadanía reina el hartazgo con las corrupción que fueron moneda corriente estos últimos 12 años. Los argentinos demandan con ahínco que quienes cometieron actos de corrupción no sólo sean juzgados y cumplan con las condenas pertinentes, sino también que se les quite lo robado y que no les corresponde. La figura de Illia es una linterna que alumbra desde el pasado los mejores caminos que podemos tomar en el presente.
Illia personifica gran parte de esa impronta que los Radicales queremos aportar hacia dentro de Cambiemos para cumplir con la palabra empeñada y construir juntos la Argentina de la transparencia, la equidad y la justicia que los argentinos eligieron. Debemos continuar con la tarea que la violencia autoritaria coartó. Reinventar su legado no es un ejercicio de nostalgia sino una inspiración para el futuro.