El radicalismo y su misión

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Comparto esta nota publicada por Raíz, una agrupación política del Radicalismo de la Ciudad de Buenos Aires. 

La Colección de Artículos «Radicalismo ¿para qué?», en la que está incluida, tiene el objetivo de contribuir a un debate sobre las perspectivas de Radicalismo para los próximos años.

Desde sus orígenes, y a lo largo de más de la mitad de la historia de la patria, el radicalismo ha tenido dos misiones fundamentales: la primera vinculada a las instituciones de la República, lo que hoy podríamos sintetizar como garantizar la democracia política y, la segunda, vinculada al bienestar de los sectores populares, lo que podríamos llamar también el programa de un país desarrollado y con oportunidades para todos.

Estos dos ejes se desplegaron en los diferentes momentos históricos y siguen guiando a la UCR porque en la Argentina todavía está pendiente la plena vigencia de las instituciones de la República y, por lo tanto, de la democracia. Asimismo, aún está pendiente garantizar las condiciones elementales para la vida, que es un estadio incluso previo al objetivo de alcanzar las condiciones que permitan el despliegue de toda la potencialidad que tenemos como personas.

Para eso es necesario que la UCR, como lo hizo en otras épocas, comprenda el momento político que vive el país. Y creo en lo personal que no puede hacerlo solo sino con otras agrupaciones políticas, algunas de las cuales han surgido de su seno, como la Coalición Cívica-ARI, el GEN y también con los que provienen de otras identidades, otras tradiciones y otros derroteros como el caso del socialismo, Libres del Sur u otras expresiones políticas, e incluso organizaciones y personas, que compartan estos dos objetivos generales: la vigencia de las instituciones de la República y la lucha por la igualdad.

El rol de la UCR es ser la columna vertebral de esa coalición política, que se constituya en una herramienta adecuada para, en tiempos de diversificación de las identidades y de las comunicaciones, y de fragmentación cultural y social, representar esa sociedad más compleja.

Esta función recae en nuestro partido, en primer lugar, por su extensión territorial. Porque tenemos “un cura en cada pueblo”, un referente en cada lugar del territorio nacional y, además, el radicalismo tiene la solidez de un ideario consolidado a través del tiempo, a través de su historia y también de la experiencia de gobierno.

Estamos frente a un retroceso de las instituciones y de la cultura democráticas, y a una falencia en orden a tener una sociedad más igualitaria, que no se consiguió en esta década, que lejos de ser una década ganada es una década desaprovechada.

En un momento de sostenido crecimiento de la economía, no hemos podido garantizar en la Argentina niveles mínimos de bienestar. El desafío, por lo tanto, es presentar alternativas que no sean sólo críticas de lo hecho sino opciones de gobierno y, para eso, el radicalismo, además de su extensión territorial y de su solidez de ideas y de doctrinas, tiene también experiencia de gestión, no sólo en los gobiernos locales que hoy ejercemos en diferentes ciudades, sino una experiencia nacional con aciertos y con errores de los cuales hemos aprendido.

Y en este contexto, el rol de la juventud es muy importante. Lo fue en la historia del radicalismo desde su propia fundación: su participación en la Unión Cívica de la Juventud, en la Revolución del Parque, los jóvenes reformistas que acompañaron el proceso democratizador de Hipólito Irigoyen en la década del ‘20, los jóvenes de la década del ‘40 que redactaron la Declaración de Avellaneda dando origen al Movimiento de Intransigencia Radical (MIR).

Y también los jóvenes, que en la década del ‘60 y ‘70, en esa espiral de violencia en que se había convertido América Latina y especialmente Argentina (violencia de las organizaciones armadas, violencia de las dictaduras que cercenaban libertades y de la última y más sangrienta dictadura que llevó adelante el terrorismo de Estado), los jóvenes radicales mantenían la convicción de que no había que apartarse de la Constitución.
Irigoyen decía “Mi programa es la Constitución”. Es decir, no sólo las reglas de juego sino el programa en el sentido de qué hacer (el Preámbulo, las garantías de los derechos sociales, el artículo 14 bis).

Finalmente, la juventud de los ‘80 tiene una consigna muy interesante: “somos la vida, somos la paz”, que viene a postular la recuperación de la democracia al tiempo que Raúl Alfonsín predicaba como discurso de campaña el Preámbulo de la Constitución Nacional.

Hoy los radicales debemos trabajar con el mismo rumbo, seguir guiando nuestras acciones por estos dos preceptos: la democracia política y el programa de un país desarrollado y con oportunidades para todos.

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